Crítica de 'Iris' (**): Dentista, esposa y bella de día
El guion propone una solución extrema (lo era, al menos, en el caso de 'Belle de jour') y ella se lanzará a la actividad clandestina de acudir a citas sexuales con desconocidos
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Una de esas comedias que se consideran así no porque te rías con ella sino porque no pretende ser un drama y porque trata su conflicto principal con ligereza. Tiene una protagonista simpática, Laure Calamy, actriz apropiada para la velocidad y trivialidad con que el personaje vive la historia. Es odontóloga, tiene una vida cómoda, un marido tranquilo y una edad comprometida que la hace sentirse insegura con su atractivo y vida sexual. El guion propone una solución extrema (lo era, al menos, en el caso de 'Belle de jour') y ella se lanzará a la actividad clandestina de acudir a citas sexuales con desconocidos.
La gracia de 'Iris' consiste en la actitud de su protagonista en su trabajo en la clínica dental, en su casa con su familia y en las diferentes aventuras que le surgen en su nueva actividad, a la que se dedica con entusiasmo. La directora, Caroline Vignal, encuentra el tono entre la nueva moralidad, el equilibrio matrimonial y un punto de desvergüenza siempre simpático, como su protagonista. Y casi se le agradece que no busque recorridos arduos ni escabrosos, que se centre en caminos cercanos a lo previsible y que evite la broza y los desgarros que suele haber en esos trayectos. Es una comedia, y moderadamente previsible.
Hay buenos momentos de descaro erótico e incluso alguno musical, como el que, sin venir a cuento, canta y baila Calamy eso de que le llueven los hombres, que no está para Broadway, pero resulta 'majo', con perdón. Y también podría considerarse casi gracioso su guiño y retorcido mensaje final.
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