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El pueblo de Cabo Pulmo, en el estado mexicano de Baja California Sur, es conocido internacionalmente por su turismo sostenible y la protección de la vida marina. Video de Kristina Blanchflower

Comprando Baja

En el estado mexicano de Baja California Sur, los residentes luchan contra un desarrollo desenfrenado que amenaza con poner fin a su conexión con el mar.

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Texto de Krista Langlois
Fotografías y vídeos de Kristina Blanchflower

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Los peces son tan numerosos que podemos verlos desde el barco, una masa que se retuerce oscureciendo la superficie del océano, su olor aceitoso elevándose en el aire. Nuestra guía cuenta—“¡uno, dos, tres!”—y nos deslizamos por la borda. En cuestión de instantes, un millar o más de jureles ojigordos nos rodean, cuerpos plateados y resbaladizos, aletas que se arrastran, ojos que no parpadean y bocas vueltas hacia abajo, debajo de nosotros, frente a nosotros y a ambos lados. Todos miran en la misma dirección, todo el cardumen gira y cambia de forma en concierto, como una versión submarina de las murmuraciones de pájaros que pintan el cielo con su movimiento colectivo.

Individualmente, cada jurel ojigordo resulta tan ordinario como el dibujo de un pez hecho por un niño: tiene forma de bala, mide medio metro de largo, y es relativamente común en los trópicos. Pero juntos, son impresionantes. Se convierten en olas de peces, remolinos de peces, tornados de peces. A veces no puedo ver el azul del océano tras el muro de sus cuerpos. Estar entre tantos animales a la vez es recordar la deslumbrante abundancia que aún existe en el mundo.

Levanto la cabeza desde el agua y me oriento: un mar que parece hecho de luz, las montañas rojizas del estado mexicano de Baja California Sur elevándose en la distancia. Unos cuantos buceadores asomándose a mi alrededor.

“¡Chicos, por aquí!” grita nuestra guía. “¡Tortuga!” Justo a tiempo alcanzo a ver una tortuga carey que pasa a la deriva. Más tarde, veremos varias tortugas marinas más, junto con una raya jaspeada, una morena verde, peces loro, peces globo y peces ángel, corales y corales blandos y pequeñas criaturas coloridas demasiado numerosas para contarlas. El arrecife de abajo, como escribió John Steinbeck en Por el Mar de Cortés, “chisporroteaba y palpitaba de vida.”

Un tornado de jureles ojigordos. Video de underwatercam/Pond5

La biodiversidad que alberga este trozo de océano se debe en parte a la geología y las corrientes submarinas que permitieron que ahí se formara el único verdadero arrecife de coral del Mar de Cortés hace unos 20.000 años. Pero igual de importante es un pueblo cercano llamado Cabo Pulmo. En los años ochenta, los pescadores cuyas familias llevaban un siglo viviendo allí empezaron a notar que capturaban menos peces y veían menos tiburones, tortugas y rayas. Las anclas dañaban cada vez más a los corales. Entonces la historia del pueblo dio un giro sorprendente: los residentes decidieron dejar de pescar en el arrecife y apostar por la conservación y el ecoturismo.

Dado que Cabo Pulmo carecía prácticamente de instalaciones turísticas, tiendas o gasolineras, y que solo se podía llegar hasta allí recorriendo muchos kilómetros de calles arenosas y con baches, la apuesta era arriesgada. En 1995, sin embargo, el gobierno mexicano designó 71 kilómetros cuadrados de océano como parque marino nacional. La población local ayudó a implementar y hacer cumplir una prohibición de pesca dentro de los límites del parque, y educó a los visitantes en el buceo y el snorkel responsables. Para 2009, investigadores del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego descubrieron que la biomasa de peces había aumentado un 463 por ciento—el mayor incremento jamás documentado en una reserva marina—. La biomasa de los principales depredadores, como los tiburones, se multiplicó por diez.

La gente también se benefició. En los años setenta, Cabo Pulmo solo tenía seis casas. Hoy, 300 personas viven en el pueblo, que tiene su propia escuela primaria y secundaria y una variedad de restaurantes de propietarios locales, tiendas de buceo y casas de huéspedes para alquilar. En otras palabras, hay una economía que permite a los residentes quedarse en el lugar, en vez de emigrar a las ciudades para trabajar o estudiar, como hacían en el pasado. Y Cabo Pulmo sigue siendo encantadoramente rústico. No hay hoteles. Las gallinas, las cabras y los perros deambulan libremente, los niños juegan al fútbol en las calles sin asfaltar y la electricidad procede en gran parte de paneles solares ubicados en los techos de las viviendas. Por la noche, las estrellas resplandecen. El pueblo y su parque epónimo son ahora Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO, alabado por personalidades de la conservación en México y en el extranjero.

kids playing soccer in Cabo Pulmo

Niños juegan al fútbol en la calle principal de Cabo Pulmo. El pueblo no tiene asfalto ni semáforos, y funciona en gran medida con energía proveniente de paneles solares instalados en los techos de las casas.

“Esto es un ejemplo perfecto de lo que puede hacer una comunidad que pertenece a un lugar,” afirma Judith Castro, que creció en Cabo Pulmo y cuya familia desempeñó un papel decisivo en su protección. “Porque pertenecemos a este océano.”

Durante mucho tiempo, la ubicación de Cabo Pulmo también contribuyó a su éxito. La región de Cabo del Este que rodea el parque es una tranquila franja de desierto y mar salpicada de pequeños pueblos y aldeas. Las guías turísticas dicen que ofrece el sabor del “viejo México,” evocando imágenes de ranchos dispersos donde vaqueros de rostro curtido arrean ganado escuálido, y playas vacías donde los campistas intrépidos pueden comprar la cena directamente a los pescadores. Las investigaciones muestran que, en comparación con otras regiones subtropicales, los hábitats costeros de Cabo del Este han permanecido relativamente intactos, ricos en peces y comparativamente libres de contaminación.

Judith Castro

La familia de Judith Castro desempeñó un papel decisivo en la protección del Parque Nacional de Cabo Pulmo.

Sin embargo, Cabo del Este está empezando a cambiar, y rápido. La especulación inmobiliaria, los megaproyectos turísticos y el desarrollo no planificado, mal planificado y posiblemente ilegal amenazan con desplazar a la población y dañar la biodiversidad—potencialmente incluso en las aguas que Cabo Pulmo ha luchado tanto por proteger. Mientras los activistas locales intentan frenar los peores proyectos, se enfrentan a visiones contrapuestas del futuro de la región. ¿El turismo y la gentrificación consumirán Cabo del Este como han hecho con tantos otros destinos costeros? ¿O las personas pueden encontrar formas de acoger el crecimiento sin perder las intrincadas conexiones entre el desierto, el mar y las comunidades humanas que cuidan de ambos?


La península de Baja California, de 1.200 kilómetros de longitud, sobresale del estado de California como un dedo torcido que apunta hacia el Ecuador. Geográficamente, culturalmente e incluso geológicamente, es distinta del México continental. Su espina dorsal está formada por áridas cadenas montañosas que chocan con el Océano Pacífico al oeste y con las aguas más protegidas del Mar de Cortés (también llamado Golfo de California) al este. Los arroyos—cauces secos que se inundan intermitentemente con las lluvias—canalizan el agua dulce de las montañas a la costa, transportando sedimentos y nutrientes que reponen la arena de las playas, alimentan la vida marina y recargan los acuíferos de los que depende la población para obtener agua potable.

Estos hilos efímeros que unen el desierto y el mar son aún más valiosos debido a la escasez de agua dulce. En el siglo XVIII, el misionero jesuita Jakob Baegert describió Baja California como “una roca espinosa, sin caminos ni agua, que sobresale entre dos océanos,” y su observación sigue siendo bastante acertada hasta hoy. El estado de Baja California Sur, que constituye la mitad meridional de la península, es especialmente seco y escasamente poblado, y es el que tiene la costa más larga y menos agua dulce de todos los estados mexicanos. Durante siglos, su aridez e imponente topografía lo aislaron del resto del mundo. Llegar a Baja Sur desde casi cualquier lugar requería un barco, una avioneta o un largo viaje en un vehículo todoterreno.

Datos cartográficos de ArcGIS

“Baja es un espléndido ejemplo,” comentó Joseph Wood Krutch, naturalista de principios del siglo XX, “de lo mucho que las malas carreteras pueden hacer por un país.”

Ese aislamiento empezó a erosionarse en los años setenta, cuando el gobierno mexicano decidió impulsar las economías de los estados más pobres de la nación convirtiendo un puñado de comunidades en centros turísticos costeros. Uno de ellos fue Los Cabos, a unos 100 kilómetros al sur de Cabo Pulmo, en el extremo meridional de Baja Sur. Con la ayuda del Banco Mundial, el gobierno mejoró las carreteras, construyó un aeropuerto internacional y ofreció incentivos a los desarrolladores inmobiliarios. Siguieron hoteles para el gran público, hoteles de lujo, residencias vacacionales, marinas y campos de golf. Para 2022, más de tres millones de personas visitaron Los Cabos, y muchas de ellas nunca abandonaron sus resorts all-inclusive durante su estadía.

Sin embargo, el cambio de imagen de Los Cabos, que pasó de ser una comunidad pesquera y agrícola a un deslumbrante destino turístico, tuvo un costo. Debido a que algunas construcciones interfirieron con el flujo de agua de las montañas se redujeron los acuíferos y ciertas playas y llegaron menos nutrientes al mar. Los hoteles amurallaron gran parte de los 32 kilómetros de costa de Los Cabos, desafiando las normas de zonificación estatales y locales (conocidas como planes de ordenamiento) destinadas a garantizar el acceso a la costa y su protección. Las familias mexicanas que habían vivido o pescado en la zona durante generaciones se vieron obligadas a desplazarse tierra adentro.

Por su parte, los trabajadores del sector turístico—muchos de los cuales emigraron de otros lugares de México—se asentaron en cordones de miseria en las afueras de la ciudad, donde a menudo viven sin agua corriente en un lugar donde las temperaturas pueden superar los 37 °C. En 2006, el 15 por ciento de los hogares de la zona carecía de agua potable, mientras que los hoteles regaban el césped y tiraban de la cadena del inodoro sin ningún freno. Los ecosistemas también sufrieron. En 2022, Los Cabos registró la biomasa de peces más baja de los 76 sitios de Baja Sur donde los científicos recopilaron estos datos.

Cabo San Lucas

La marina de Cabo San Lucas, una de las dos ciudades que conforman un tramo de 32 kilómetros conocido como Los Cabos: Foto de Frederick Millett/Alamy Stock Photo

Hasta hace poco, este tipo de desarrollo descontrolado se limitaba en gran medida a Los Cabos. Conduciendo hacia el norte, hacia Cabo Pulmo y más allá, el Cabo del Este ha mantenido una reputación casi mitológica. Caminos llenos de baches mantienen a raya a las multitudes, y los cerca de 20.000 residentes de la región aún pueden pasar los fines de semana haciendo picnics, nadando, pescando y acampando libremente en playas que se extienden ininterrumpidamente durante kilómetros. La clase trabajadora aún puede vivir en casas modestas con vistas al océano.

O al menos podían, hasta que el desarrollo al estilo de Los Cabos empezó a avanzar hacia el norte.


Reina Macklis me espera en su maltrecho Subaru dorado en un arroyo casi seco a las afueras de La Ribera, el pueblo más cercano a Cabo Pulmo. Sigo a Macklis por el arroyo todo lo que puedo en mi automóvil de alquiler y estaciono junto a unos pescadores mexicanos que dicen que han venido desde Los Cabos, a más de una hora de distancia, porque sus aguas están demasiado contaminadas para pescar. Macklis—una activista ambiental que creció en La Ribera—dice que esto ocurre a menudo, y teme que una contaminación similar pueda manchar pronto las aguas de su ciudad natal. Una empresa de inversiones con sede en Los Ángeles, llamada Irongate, está construyendo un megaproyecto conocido como Costa Palmas, entre La Ribera y el arroyo. (Irongate no respondió a nuestras solicitudes de declaraciones).

Cuando esté terminada, Costa Palmas se parecerá más a una pequeña y exclusiva ciudad que a un complejo turístico. Incluirá dos hoteles de lujo y cerca de 400 viviendas privadas, con precios que oscilarán entre los 2,5 y los 26 millones de dólares. Según The New York Times, también contará con un campo de golf, 20 restaurantes, una marina para 250 yates con un club exclusivo, piscina, gimnasio y cine, así como “campos de polo, un centro ecuestre, varias granjas ecológicas, un club infantil y senderos panorámicos.” Abarcará tres kilómetros de playa.

Construction of the Costa Palmas mega-development, outside the town of La Ribera.

Construcción del megaproyecto Costa Palmas, a las afueras del pueblo de La Ribera.

En esta mañana cálida y nublada, Macklis ha accedido a mostrarnos a la fotógrafa Kristina Blanchflower y a mí cómo Costa Palmas ya está afectando a la población y a los ecosistemas locales. Comienza señalando un muro de piedra de 5,7 kilómetros de largo y varios metros de altura que los trabajadores de la construcción están levantando junto al arroyo. Normalmente, cuando el arroyo se desborda, el agua se dispersa en un estuario de palmeras mexicanas, manglares y humedales. Pero como la crecida del arroyo pondría en peligro los campos de golf y los edificios de Costa Palmas, los constructores diseñaron el muro para canalizar el agua lejos de ellos.

Por desgracia, una crecida concentrada pasa más rápido que una dispersa, lo que impide que se filtre al acuífero que suministra el agua potable de La Ribera. Costa Palmas se abastece del mismo acuífero limitado y, desde que se abrieron algunas partes, Macklis dice que ella y otros residentes de La Ribera se han quedado sin agua—a veces durante unos días, una vez durante dos semanas. Un solo campo de golf, por su parte, consume cada día agua suficiente para abastecer a 9.000 habitantes de Baja California.

arroyo

El arroyo Santiago, a las afueras de La Ribera, alimenta uno de los humedales de mayor importancia ecológica de Baja California Sur. Un nuevo muro pretende controlar el flujo de agua en el arroyo.

Y Costa Palmas no es el único campo de golf nuevo en Cabo del Este. Para 2022, los gobiernos estatal y municipal habían aprobado permisos para otros nueve campos de golf, y hay 18 más en estudio. Aprobaron casi 12.500 habitaciones de hotel, con otras 25.000 en proceso de autorización; y 10.000 nuevas viviendas, con 20.300 más en proceso de autorización.

En gran medida gracias a este desarrollo, la población de Cabo del Este casi se duplicó entre 2010 y 2020—de 13.817 a 20.991 personas—y se espera que supere los 138.000 habitantes en 2040. Aunque muchos de los nuevos residentes son trabajadores de la construcción y del turismo procedentes de otras partes de México, el auge demográfico también está impulsado por propietarios de viviendas vacacionales, inversores, nómadas digitales y jubilados de Estados Unidos, Canadá y Europa, que ejercen una presión adicional sobre la escasa agua dulce de la región. La Constitución mexicana de 1917 prohíbe a los no mexicanos poseer propiedades a menos de 50 kilómetros de la costa, pero los no residentes eluden habitualmente la ley comprando a través de un fideicomiso en el que un banco mexicano tiene el título de propiedad a nombre de un extranjero.

Caminando desde el arroyo hacia la playa, Macklis señala huellas de mapaches y pájaros en la arena. Aquí anidan las tortugas baula y lora, así como el gallito marino, una especie en peligro de extinción. “Hay muchas especies,” dice Macklis, apartándose el rizado pelo canoso de los ojos. “Muchos mamíferos y aves.” Se detiene junto a un pequeño humedal bordeado de manglares. Una gran garza azul se posa en los bajíos, y una bandada de patos migratorios descansa cerca. La zona es también el hogar de la mascarita de Belding, en peligro de extinción, una curruca brillante que solo vive en los humedales de Baja California Sur.

Y entonces, de repente, los humedales terminan en una enorme zona de construcción repleta de grúas, excavadoras y hombres con cascos. “Todo aquello eran manglares,” dice Macklis. “Y lo sacaron todo.”

Los detractores de Costa Palmas afirman que su construcción ha destruido importantes hábitats de humedales.

Las imágenes satelitales confirman que los verdes humedales de la desembocadura del arroyo se redujeron drásticamente cuando empezó la construcción de Costa Palmas. La playa accesible a los habitantes de La Ribera también se redujo cuando la marina del complejo cortó el flujo de sedimentos del arroyo.

Costa Palmas también ha cambiado el tejido social de la zona. Macklis recuerda cuando La Ribera era un pueblo tranquilo, solo un poco más grande que el vecino Cabo Pulmo. Ahora, hay tantos recién llegados que la escuela ha rechazado alumnos. La cola para entrar en la clínica médica rodea el edificio. Es más peligroso caminar de noche. Y Macklis ya no va sola a la playa. Cuando llegamos al borde de la zona en obras, donde un hombre uniformado con un walkie-talkie hace guardia, Macklis se detiene.

“Solía venir mucho a la playa,” dice. “Pero ahora no tanto … Venir sola es peligroso. Es peligroso para mí porque me conocen.”

Lo que quiere decir es que saben que ha intentado documentar la destrucción que ha causado este proyecto. Quiere decir que tiene miedo de venir a la playa de su ciudad natal. Quiere decir que la están echando.

Blanchflower y yo, sin embargo, somos gringas, y nadie nos va a impedir seguir adelante. Así que mientras Macklis vuelve a su Subaru oxidado por la sal, Blanchflower y yo pasamos por delante del guardia de seguridad, de las casas de lujo en distintas fases de construcción, del campo de golf donde hombres con polos de colores pastel se agrupan sobre una hierba inmaculada. Entramos en el Four Seasons. Todo es lona blanca, ratán y líneas limpias y modernas: la piscina infinita, la xerojardinería, el restaurante junto a la playa con ramos de flores en cada mesa. Vemos una clase de yoga al aire libre, donde una bandada de esbeltas mujeres blancas se estiran y parlotean como pájaros. Nos detenemos en un bar vacío para charlar con el camarero, que vive en Los Cabos, pero se desplaza hasta ahí cinco días a la semana porque le pagan mejor y está ahorrando para comprarse una casa. Nos lo cuenta como si fuera parte de su trabajo, y su deferencia me incomoda. Aunque estamos sudorosas y desaliñadas, la gente parece pensar que nos hemos gastado entre 1.500 y 4.000 dólares por noche para quedarnos aquí, simplemente porque somos blancas.

Vista desde el Four Seasons Resort hacia un campo de golf y la zona de obras más allá.

Mientras tanto, Macklis conduce hasta su casa, que de vez en cuando se queda sin agua, con la esperanza de descansar un poco antes de presentarse a su turno en un refugio para perros callejeros. Trabaja allí porque ama a los animales, ama este lugar y solo quiere asegurarse de que siga siendo habitable para todos—perros, humanos y pájaros por igual.


De regreso a la pequeña casa de huéspedes que hemos alquilado en Cabo Pulmo, pasamos por caminos que en mi atlas de 2021 tenían acceso a la playa, pero que ahora están bloqueados por el desarrollo de Costa Palmas. Pasamos por delante de camiones de obras llenos de piedras y cemento. El camino se va calmando a medida que nos dirigimos hacia el sur, hasta que por fin volvemos a la accidentada calle de Cabo Pulmo. Mis hombros se relajan y bajo las ventanillas para dejar entrar el aire aterciopelado.

Hace dos semanas pasó un huracán por Cabo del Este, y el desierto se tiñe de verde por la lluvia. Palos verdes y acacias se entrelazan con arbustos en flor y todo tipo de cactus. Los más grandes son los cardones gigantes que se elevan a más de 19 metros de altura. Los buitres buscan comida con sus extremidades superiores. Los correcaminos se lanzan delante de nuestro automóvil.

Crested caracaras perch atop Mexican giant cardón in Baja California Sur.

Caracaras crestados se posan sobre un cardón gigante mexicano en Baja California Sur.

Sin embargo, incluso en esta tranquila calle de tierra, hay signos de desarrollo invasivo. Literalmente. Cada pocos kilómetros vemos otro gran cartel de SE VENDE. O, si el terrateniente se dirige a los ex-pats (expatriados), FOR SALE. Si se venden estas parcelas, Cabo Pulmo podría quedar rodeado de residencias vacacionales y hoteles, al igual que La Ribera. Durante mi visita en noviembre de 2023, los desarrolladores, a solo unos kilómetros de distancia, incluso estaban despejando el terreno para otro megadesarrollo similar a Costa Palmas, este directamente colindante con el Parque Nacional de Cabo Pulmo.

“Pulmo es un excelente ejemplo de cómo la conservación puede tener mucho éxito,” afirma Armando Trasviña Castro, oceanógrafo del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada. “Pero es muy pequeño y está rodeado de zonas que están experimentando un crecimiento muy acelerado. Y eso repercute en lo que ocurre dentro del área protegida.”

De hecho, los estudios demuestran que los nutrientes que entran en el océano desde el arroyo de La Ribera, a 30 kilómetros de distancia, ayudan a alimentar la vida marina del arrecife de Cabo Pulmo. Lo que ocurre en tierra afecta a lo que sucede en el mar. “Todo el ambiente está conectado,” afirma Sarahí Gómez Villada, bióloga marina del Centro Mexicano de Derecho Ambiental, una organización sin ánimo de lucro. Si la costa de Cabo Pulmo se transforma en un desfile de residencias vacacionales o en un gran complejo turístico, es probable que la vida marina y terrestre del parque se vea afectada.

El oceanógrafo Armando Trasviña Castro utiliza imágenes de satélite para rastrear los impactos del desarrollo costero desde su oficina en La Paz.

Esa noche me reúno con Ángeles Castro para comer vieiras frescas en un restaurante al aire libre frente al mar que posee con su familia en Cabo Pulmo. Ángeles es prima de Judith Castro; su abuelo ayudó a fundar el pueblo. Cuando las primas eran niñas, en los años ochenta, no las dejaban bañarse si la playa no estaba limpia, como a los niños de otros lugares que no les permiten ver la televisión si no ordenan sus habitaciones.

Ahora le pregunto a Ángeles por los carteles de “Se vende” que hemos visto antes. “Lamentablemente, la mayor parte de nuestro Cabo del Este ha sido vendida,” dice. “Antes había ranchos aquí y allá, y luego solo tierras vacías.” Y sacude su cabeza. “¿Por qué más marinas? ¿Por qué más hoteles? Ya hay muchos [en Los Cabos], y mira lo que pasa. [Los turistas de allí] van a bucear y no ven lo que ven aquí, porque allí no hay muchos peces. Todo el atractivo es venir a ver la belleza natural, pero si están arruinando la belleza natural no queda nada que ver. Solo quedará su hotel de lujo.”

Angeles Castro

Ángeles Castro en el restaurante que ella y su familia tienen en Cabo Pulmo.

Ángeles le preocupa que la urbanización de Cabo Pulmo pueda alejar también a su propia familia. En México, las playas no pueden ser propiedad privada, pero hay formas de echar a la gente. El acceso a la playa puede cerrarse o monetizarse. Los precios inmobiliarios pueden subir tanto que muchos mexicanos ya no pueden permitirse alquilar una casa en la costa, por no hablar de comprar su propia casa. A veces, los recién llegados simplemente hacen que los lugareños no se sientan bienvenidos. Una científica social que vive en La Paz, capital de Baja Sur, me habló de unas casas construidas en una playa donde ella y su hija llevaban años acampando. Cuando montaron la tienda, una mujer salió de una de las casas gritándoles en inglés que se fueran.

“Pensé que sería diferente,” dice Ángeles. “Pensé que de alguna manera éramos intocables. Pero toda esta gente con dinero tiene sus ojos puestos en nosotros … Quieren proteger este lugar. Quieren protegerlo de nosotros.”


Una tarde, Blanchflower y yo visitamos un barrio llamado El Caribe, en las afueras de Los Cabos. El barrio empezó como un campamento para trabajadores de la construcción y la industria hotelera, y creció hasta convertirse en un amasijo de viviendas empedradas hechas de chapa, bloques de hormigón, lonas y otros materiales baratos. Las mujeres lavan la ropa en cubetas de plástico en el exterior de sus casas, y en los bordes de las calles se alinean vehículos polvorientos y destartalados. La basura es arrastrada por el viento y se derrama de las bolsas de plástico negras. Esta es la parte de Los Cabos que la mayoría de los turistas nunca ve.

Esperaba que los residentes se sintieran amargados por vivir sin servicios básicos mientras atienden a extranjeros refinados a pocos kilómetros, pero oigo lo contrario. Una mujer me cuenta que es de Ciudad de México y vino aquí a trabajar en un hotel. Le gusta; cree que el turismo es bueno para la región. Mientras hablamos, se acerca un hombre llamado Alejandro, deseoso de practicar su inglés. Es de Guadalajara y piensa que Los Cabos es el paraíso. Puede ir a la playa en su día libre, y construyó una casa de bloques de hormigón en El Caribe con dos habitaciones extra—cada una con su propio baño—que alquila a trabajadores locales por 3.000 pesos mexicanos (172 dólares estadounidenses), cada una, al mes. En el exterior hay dos depósitos de agua. Cada dos semanas paga 500 pesos (29 dólares estadounidenses) para llenarlos. Es caro, pero significa que nunca se queda sin agua, como les ocurre a muchos de sus vecinos.

Alejandro también apoya la proliferación de hoteles y AirBnBs y propiedades de inversión, aunque le parezca injusto. “Todo lo que ven desde sus casas es el océano,” dice. “Digo: demonios, ustedes son muy ricos. Y nosotros somos pobres aquí … nos apartan.”

The El Caribe neighborhood, just outside the tourist district of Los Cabos, where many tourism workers live

El barrio de El Caribe, a las afueras del distrito turístico de Los Cabos, donde viven muchos trabajadores del sector.

La desigualdad es un subproducto bien documentado del turismo de masas que ha remodelado sitios como Los Cabos, Cancún, Puerto Vallarta y otros lugares. “Existen historias de desplazamiento y desposesión en las zonas turísticas, donde los mexicanos tienden a ser expulsados,” afirma Ryan Anderson, antropólogo cultural y ambiental de la Universidad de Santa Clara, California, que ha trabajado en Baja Sur. “Ese es un poco el patrón.”

Ese patrón es tan predecible que tiene un nombre: el Ciclo de Vida de los Destinos Turísticos de Butler. Richard Butler, profesor de la Universidad de Ontario Occidental, acuñó la frase en 1980, y los académicos la han aplicado desde entonces a regiones dependientes del turismo, desde Túnez hasta el Reino Unido y Hawái. Según el modelo de Butler, primero se “descubre” un lugar y luego se desarrolla. La población local empieza a perder el control sobre la toma de decisiones y llegan trabajadores de otros lugares para cubrir nuevos puestos de trabajo. El número de visitantes aumenta. En esta fase, el turismo se convierte en el motor económico dominante, y cambia el tejido ambiental, social y económico de la comunidad original, a menudo en detrimento de la calidad de vida de los lugareños. En los centros turísticos de México, la desigualdad resultante es tan pronunciada que un investigador la denominó “apartheid social y económico de facto.”

Y, como observó de manera profética Ángeles Castro, el turismo de masas puede alterar un lugar tan profundamente que lo haga indistinguible de otros mil sitios. Algunos lugares turísticos se adaptan y siguen siendo populares, pero en otros casos, los turistas se desencantan y se marchan a un lugar más “auténtico.” Aunque la cantidad de turistas sigue aumentando en Los Cabos, Anderson cree que la desilusión de los visitantes está impulsando en parte el auge del desarrollo en otros lugares de Cabo del Este. La biodiversidad de Cabo Pulmo es parte del atractivo; los promotores la señalan como uno de los activos de Cabo del Este. El gobierno mexicano propone incluso pavimentar la escarpada carretera costera entre Los Cabos y Cabo Pulmo, para facilitar el acceso de turistas, inversores y expatriados a las playas aisladas y los pueblos cercanos de la región.

Tras dejar El Caribe, Blanchflower y yo intentamos conducir hasta el paseo marítimo de Los Cabos, pero el tráfico es atroz y los hoteles son como barricadas, intransitables a menos que te alojes en uno de ellos. Cuando por fin estamos a la vista del océano, no hay donde estacionar sin pagar 40 dólares estadounidenses. Está cuidado, limpio y seguro, pero parece surrealista, una pesadilla. Huimos.

Los hoteles privados hacen que muchas playas de Los Cabos sean inaccesibles para todos, excepto para los huéspedes de pago: Video de BlackBoxGuild/Pond5


En 2023, los gobiernos estatal y municipal de Baja California Sur anunciaron que revisarían varios de los planes de ordenamiento, o zonificación, que determinan qué se puede construir y dónde. Antes no existían planes de ordenamiento o se elaboraban a puerta cerrada; esta vez, los gobiernos han abierto el proceso a la revisión pública e invitado a personas a asistir a reuniones y presentar comentarios. Por primera vez en la memoria reciente, la población local dispone de una plataforma para expresar su preocupación por la escasez de agua dulce y pronunciarse a favor del acceso público a las playas y la protección de los humedales, las vías fluviales, las dunas y las especies amenazadas. Por primera vez tienen voz.

Sin embargo, en México, tener voz puede ser peligroso. En 2022, un grupo de vigilancia mundial descubrió que 54 activistas ambientales o de derechos sobre la tierra fueron asesinados en el país, lo que lo convierte en el lugar más mortífero del mundo para los ambientalistas. Algunas de las personas con las que hablo son reacias a que utilice sus nombres por temor a su seguridad o por el impacto que pueda tener en sus carreras, entre ellas varios miembros de un grupo de amigos con los que me reúno una noche en una mezcalería de La Paz.

Me reúno con los amigos en un patio detrás de la barra, donde los cactus de floración nocturna despliegan sus flores blancas y la gente charla animadamente en español mientras toman chupitos de mezcal. Una pareja acaba de llegar de una reunión de planificación y, tras pedir chapulines (saltamontes fritos), guacamole y rodajas de naranja con chile, hablan de su visión para el futuro. Es demasiado tarde para muchos de los centros turísticos de México, dicen, pero Cabo del Este es un lugar donde la gente aún tiene la oportunidad de hacerlo bien. Es un lugar en el que activistas y visionarios podrían ser capaces de alterar los patrones predecibles de turismo de masas y privación de derechos y garantizar que la costa siga siendo un bien público, en lugar de un recurso privado monetizado en beneficio de unos pocos.

“Esto es posible, que no todo sea como en Los Cabos, ¿no?” interviene otra persona. “Podemos imaginar y podemos soñar y podemos construir una historia diferente, ¿no?”

Hay motivos para la esperanza, añaden. El alcalde de La Paz ha restablecido el acceso público a varias playas que había sido cortado por la urbanización privada. Un porcentaje mayor de la superficie terrestre de Baja Sur está bajo protección ambiental cuando se compara con cualquier otro lugar del país, y ahora hay más gente trabajando para reforzar y hacer cumplir esas protecciones. Y los científicos están documentando la biodiversidad de la región para oponerse a los proyectos más atroces.

Durante mi visita, Gómez Villada, del Centro Mexicano de Derecho Ambiental, está haciendo exactamente eso: recopilar datos en el lugar propuesto para el megadesarrollo en la frontera del Parque Nacional de Cabo Pulmo, donde los trabajadores han empezado a despejar el terreno. “Necesitamos documentar lo que está ocurriendo en el lugar, qué tipo de obras se están llevando a cabo, qué normas se están infringiendo, qué ecosistemas o especies se están afectando,” me dice. Su trabajo acabará cambiando las cosas. En enero de 2024, dos meses después de que yo me marchara de Baja California, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), un organismo que vela por el cumplimiento de la normativa ambiental, decidiría que el desarrollo era, de hecho, ilegal. La decisión afirma que perjudicaría tanto al parque nacional como al hábitat de anidación de las tortugas marinas.

Estos éxitos son alentadores, pero también ilustran los retos a los que se enfrentan los activistas. Inicialmente, los trabajadores de la construcción a las afueras de Cabo Pulmo ignoraron la sentencia y no dejaron de trabajar hasta varias semanas más tarde, después de que una organización local sin ánimo de lucro convenció a alguien de la PROFEPA para que visitara el lugar.

Construction at Costa Palmas.

Construcción en Costa Palmas.

Los nuevos planes de ordenamiento, del mismo modo, solo serán útiles si se hacen cumplir. Las protecciones sobre el papel han demostrado carecer de sentido cuando el dinero está cambiando de manos. Aunque se supone que los reglamentos existentes protegen las vías fluviales y los humedales, por ejemplo, Costa Palmas se está construyendo en uno de los humedales ecológicamente más importantes del estado. Varias personas me han dicho que creen que la construcción de Costa Palmas es ilegal y que nunca debió autorizarse. Me puse en contacto con varios funcionarios del gobierno, incluido el director estatal de la Profepa, para tratar de entender por qué se permitieron este y otros desarrollos cuestionables. Ninguno accedió a una entrevista.

La población local, por su parte, es tajante. Aunque algunos funcionarios intentan hacer cumplir los planes de ordenamiento, me dicen que otros hacen la vista gorda o están en colusión con los desarrolladores. A veces, las obras empiezan sin los permisos necesarios. Otras veces, un desarrollador recibe un permiso para construir, pero con estipulaciones: no alterar este hábitat concreto, por ejemplo. Si hacen caso omiso de las condiciones, las repercusiones son escasas. Simplemente, no hay recursos suficientes para que los pocos funcionarios encargados de hacer cumplir la normativa ambiental vigilen todas las construcciones que se están llevando a cabo en la región.

Y el empeño de los desarrolladores por sacar ganancias de Cabo del Este parece que no va a desaparecer. Muchos proyectos propuestos aparecen una y otra vez con nombres e inversores diferentes, agotando incluso a los activistas más fervientes. Y aunque grandes proyectos como el de Cabo Pulmo acaparan la mayor parte de la atención, el impacto acumulativo de las viviendas individuales puede ser igual de grande—y más difícil de derrotar—. Una mujer que formaba parte de la “resistencia”, como ella la llamaba, me dijo que había dejado de luchar. “Para ser muy sincera,” me escribe en un mensaje de texto, “[mis amigos y yo ya no estamos] involucrados en esto … es solo parte de la realidad de este lugar.”


De vuelta en Cabo Pulmo, el servicio de telefonía móvil ha estado caído durante al menos cuatro días. A nadie parece molestarle. Es el Día de los Muertos y el pueblo organiza un concurso de ofrendas. Algunas docenas de residentes y un puñado de expatriados pasean por la calle de arena bajo el derrame de la Vía Láctea, pasando de un altar a otro.

Evening falls on the undeveloped coastline just south of the village of Cabo Pulmo

Cae la tarde en la costa agreste, justo al sur del poblado de Cabo Pulmo.

Una de las ofrendas se encuentra en una pequeña choza al final de la calle principal del pueblo, justo antes de que desemboque en la playa. Docenas de votivas parpadean en su interior, pero cuando atravieso la puerta, me toma por sorpresa. En lugar de fotos de un familiar fallecido, sobre la mesa cubierta de tapices hay láminas plastificadas con ilustraciones de animales extintos. Hay una paloma de Socorro, que se vio por última vez en estado salvaje en 1972, y un zanate de lerma, un ave de los humedales del centro de México que se extinguió a principios del siglo XX. También está el caracara de Guadalupe, un halcón parecido al buitre, pariente cercano del caracara crestado, que aún se posa en los cardones gigantes de Cabo del Este.

Los niños se agazapan alrededor de la ofrenda, escuchando cómo una mujer explica en rápido español la desaparición de cada especie. Aunque no entiendo todo lo que dice, asimilo la gravedad de su charla: la lección de que la codicia desenfrenada conduce a la pérdida; que este lugar sigue rebosante de biodiversidad gracias a la conexión de los pueblos con sus tierras y aguas. Que hay lugares que merecen la pena proteger, y que hacerlo no tiene por qué ser a costa del bienestar de las comunidades.

Cuando termina, salimos en fila de la estrecha sala inundada de incienso y el ambiente se anima. Habrá tiempo para la lucha y tiempo para el luto, pero esta noche es una noche para unirnos. Esta noche, las aves marinas siguen volando en el cielo cada vez más oscuro, y los insectos siguen zumbando y silbando desde el desierto verde. Las ancianas siguen sentadas en sillas de plástico con platos de papel con tamales sobre el regazo. Y los niños, liberados de su sombría lección, corren riendo por las calles de arena que, por ahora, les pertenecen.

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Cite this Article: Krista Langlois Kristina Blanchflower “Comprando Baja,” Hakai Magazine, May 28, 2024, accessed May 28th, 2024, https://hakaimagazine.com/features/comprando-baja/.


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