Sphere: la última fantasía de Las Vegas, desde dentro
Es imposible escapar a la presencia del invento, la mayor estructura esférica del mundo
U2 deslumbra con su futurista y fastuoso aterrizaje en Las Vegas

A las afueras de Las Vegas hay un Museo del Neón. Está cerca de la calle Fremont, el llamado 'downtown'. Es el Las Vegas original, el de los casinos sesenteros que sobreviven, como El Cortez o Golden Nugget, el patio de recreo de Frank Sinatra y el 'rat pack', sede central de aquella mafia del juego que se inventó un oasis del vicio en el desierto. El museo es un cementerio de elefantes del neón.
Allí se arrumban sobre un suelo polvoriento los luminosos que un día fueron símbolos de la 'ciudad del pecado': el del motel La Concha, el de los casinos Stardust, Sahara, Horseshoe o Moulin Rouge. Sus luces, que hoy siguen siendo el símbolo de la ciudad, son la prehistoria de la última atracción de Las Vegas: la Sphere, una fantasía descomunal de pantallas LED, un recinto para conciertos y eventos con forma esférica cerca del llamado 'Strip', la gran arteria de hoteles y casinos de Las Vegas.
Está a un paso del Venetian y sus gondoleros 'fake' y del histórico Flamingo. Es imposible escapar a la presencia del invento, que es lo primero que se divisa del 'strip' desde el aire en el aterrizaje o cuando desde el desierto se entra a la ciudad por alguna autopista: una bola enorme de luz, con vídeos e imágenes cambiantes. Tiene más de 100 metros de altura y más de 150 de ancho, con 54.000 metros cuadrados de pantalla, como el terreno de ocho campos de fútbol, la mayor estructura esférica del mundo. Por fuera, el Sphere es, ante todo, una cartelera descomunal para anuncios. El coste de colocar ahí un vídeo publicitario es de cerca de 450.000 dólares. En momentos en los que toda la atención está puesta en Las Vegas, como cuando la ciudad fue sede de la Super Bowl, las marcas pagaron entre uno y dos millones de dólares por colocar ahí su mercancía. Pero habrá que proyectar muchos anuncios para sufragar el coste de la bola: 2.300 millones de dólares.
Una sorpresa para el ojo
Cuando uno se acerca al Sphere, caminando por Koval Lane o por Sands Ave, cuesta entender el tamaño del edificio. El ojo humano no está acostumbrado a que las esferas sean parte del paisaje urbano y la Sphere hace juegos con la percepción: a veces parece enorme y otras, modesta. Cuando por fin se atraviesan las colas, las escaleras, los cacheos, el escaneo de las entradas y un vestíbulo con robots que conversan con los visitantes con inteligencia artificial, el espacio es asombroso: un teatro con capacidad para 18.000 personas, con cuatro niveles de graderío –los superiores, no aptos para personas con vértigo– que miran a una pantalla envolvente.



Esa pantalla es buena parte de la piel interior de la esfera, un muro cóncavo LED que, según MGM, la compañía que ha creado Sphere, es la pantalla con mayor definición del mundo. Este periódico asiste a una proyección de 'Postal desde la Tierra', una película de Darren Aronofsky, filmada con una cámara especial, de 18K. La película arranca con esa cámara mientras sobrevuela una cordillera nevada y uno piensa de inmediato en qué hubiera conseguido José Antonio Bayona con esa lente y esta pantalla para su 'Sociedad de la nieve'. Las arrugas de la piel dura de un elefante parecen poder tocarse; la explosión los colores de las telas y los pétalos de flores en un festival de India parecen es irreal; un banco de peces que cubre la sala; la inmensidad de una mina a cielo abierto. Tan asombroso como la capacidad de imagen es el sistema de sonido. Son 167.000 terminales de altavoz que consiguen un efecto que parece magia: cada butaca tiene un sonido individualizado, como si cada espectador estuviera escuchando el sonido con auriculares de alta calidad. «La película es increíble», dice un acomodador. «Pero lo de U2 es el mejor concierto que vas a ver en tu vida». Se refiere a la residencia con la que el grupo irlandés ha inaugurado la Sphere desde el pasado otoño, con uno o dos conciertos por semana.
Con esas credenciales, ABC vuelve a peregrinar a la Sphere unos días después, ahora con entrada de pie, en la zona baja, que no se abre para las proyecciones de películas. Es una de las últimas actuaciones de UE en este recinto y hay un lleno hasta la bandera. Las residencias de artistas son uno de los grandes alicientes de Las Vegas para atraer turistas. El más célebre fue el que Elvis Presley mantuvo en el Hilton, con más de seiscientas actuaciones desde 1969 a 1976.
Pero ninguna residencia como la de U2 en la Sphere. Nada más llegar al foso, la pantalla envolvente parece una pared de cemento y la esfera se convierte en algo a medio camino entre un refugio nuclear, el Panteón de Roma y una versión deformada de la cercana presa de Hover. Tiene un agujero que mira al cielo y sobre él se posa un helicóptero durante unos segundos. «¿Es real?», se preguntan unos a otros los espectadores, en medio del estruendo de las hélices. Es solo la realidad que permite esa pantalla, que se funde en negro antes de que aparezcan Bono, The Edge y compañía. «¿Estamos a punto de tener la mejor noche de nuestras vidas?», pregunta el cantante a la multitud. Si habla de estímulos visuales, la respuesta quizá sea afirmativa. La banda toca sobre una sucesión de fantasías de formas, colores y movimientos que afectan los sentidos. Hay cubos multicolores que parece que van a aplastar a los espectadores, efectos con los que el escenario simula flotar, proyecciones lisérgicas, mundos imposibles.
La cascada de efectos especiales llega a ser abrumadora y no sienta mal un interludio en el que la banda toca con la sencillez de un fondo negro y con el énfasis puesto en la música. Pero pronto el espectáculo vuelve a la locura escénica, con momentos sobrecogedores, como cuando el espacio descomunal se llena de una luz azul futurista. O, en el final, con una esfera, un guiño al lugar en el que estamos, que se convierte en un túnel infinito. En la última canción, toda la pantalla envolvente es un estampado de ilustraciones mariposas, pájaros, reptiles, peces, una Capilla Sixtina de fauna que se podría mirar durante horas. El montaje deja a la parroquia boquiabierta y exhausta. Y el listón muy alto para los próximos en ocupar la residencia en Sphere: Phish y Dead and Company, un grupo surgido de los Grateful Dead. Pero no solo es un espacio para música. Por ejemplo, la UFC celebrará aquí una gran velada en septiembre en celebración del Día de la Independencia de México.
«He tratado de contenerme y de no estar sacando fotos y vídeos todo el tiempo, de vivir el momento», dice Mark, un visitante de Washington que asegura que su razón para venir a Las Vegas era la Sphere. «Ha estado mejor de lo que esperaba».
Otros, sin embargo, apuntan que no todo es tener la mejor pantalla y el mejor sonido del mundo. El público era frío, gente con dinero venida de todas las partes del mundo, sin gran conexión entre ellos, sin corear las canciones, sin comunión, agarrados a sus móviles y a cervezas que cuestan más de veinte dólares. «Me ha impresionado», decía Lisa, en su cuarto concierto de U2. «Pero me lo he pasado mucho mejor en un estadio».
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