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tribuna abierta

De lo invivible a lo ingobernable

Yo digo basta. Yo digo hasta aquí. Si hay que hacer milagros, si hay que probar algo que no se había probado nunca... pues oigan, no sería la primera vez. A lo que no tenemos ningún derecho es a conformarnos. Con este desastre, nunca

«El día que gané las primarias y el cielo»

Anna Grau, fotografiada en Barcelona ep
Anna Grau

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Nunca agradeceré lo bastante a Ciutadans que me deparara una de las mayores emociones de mi vida (la histórica victoria de Inés Arrimadas en 2017) y también uno de mis mayores honores: ser diputada en el Parlament de Cataluña con el partido que encarnó aquella hazaña. Como expliqué en el tuit donde anunciaba mi decisión de no volver a concurrir, ningún desengaño o desilusión posterior disminuirá nunca la grandeza de aquel sueño. Mío y de millones de catalanes y españoles.

Más de veinte años separaban a la joven Anna Grau que un día hace las maletas para irse a Madrid -y luego a Nueva York-, de la que regresa a Cataluña para presentarse a las elecciones de 2021. Recorriendo el camino inverso al que ya entonces muchos solían. Y suelen.

Debo decir que encontré una Cataluña muy distinta a la que había dejado. Hasta finales de los 90, principios de los 2000, catalanes éramos todos, nacionalistas o no. O lo parecíamos, porque muchas veces la procesión iba por dentro. Pero en fin. Faltaba mucho para que la tensión política alcanzara hasta la médula de la vida social, familiar y privada. Para que no hubiera escapatoria de una Cataluña cada vez más invivible.

No, no exagero. Pregunten. Investiguen. Entérense. Salgan del caparazón de la gente que piensa como ustedes. Emerjan de su zona de confort. Y ya me cuentan si no es triste haber llegado a este punto. Al de que, en democracia, convenga no meterse en política. No decir lo que se piensa para tener la fiesta «en paz».

Cuando oigo hablar de amnistías, reencuentros, fantasmagóricos referéndums de autodeterminación, etc, yo me pregunto: ¿qué libertad vas a construir empezando por el tejado? Antes de resolver su obsesivo encaje en España, Cataluña debería preocuparse de encajar bien consigo misma.

Hay muchos independentistas que no van a dejar de serlo. Cierto. Pero también hay muchos (más) que no lo somos. Si esto que digo no fuese verdad, con el inmenso poder acumulado en estos años por el independentismo, ya no quedaría ni rastro de lo otro. De los otros. La Cataluña invivible no iría de cabeza a una Cataluña ingobernable. A un bloqueo sin fin.

¿Sin esperanza? ¿Ni autocrítica? Es obvio que no estaríamos como estamos si en todos los espacios políticos no se hubieran cometido errores. Errores de bulto. Ha habido decepciones, personalismos, enrocamientos, falta de altura de miras... Nos hemos dejado arrastrar a realidades bipolares de buenos y malos, derechas e izquierdas con todos los puentes volados entre sí, al estás conmigo o estás contra mí...Y mientras tanto, Cataluña se nos caía de los brazos y de las manos. Se nos caía del alma a los pies.

Yo digo basta. Yo digo hasta aquí. Si hay que hacer milagros, si hay que probar algo que no se había probado nunca... pues oigan, no sería la primera vez. A lo que no tenemos ningún derecho es a conformarnos. Con este desastre, nunca.

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