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«El amor cura. Lo firmo donde haga falta»

Entrevista con la doctora Carmen Sánchez Alegría quien anima a todos sus pacientes a descubrir la energía sanadora que todos llevamos dentro

La doctora Carmen S. Alegría
Ana I. Martínez

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«Por prescripción facultativa, a ser feliz». Esta es la frase con la que la doctora Carmen Sánchez Alegría se despide de mí al finalizar la entrevista. Y es que esta médica de urgencias no sólo receta fármacos a sus pacientes, sino también amor y empatía.

Sánchez Alegría lleva treinta años dedicándose a la medicina de urgencias. Siempre quiso ser médica. Soñaba con ello desde niña pero cuando comenzó a ejercer su profesión, se dio cuenta de que todo lo que había estudiado se quedaba muy corto a la hora de comprender el concepto de la verdadera sanación.

Para ella, el mindfulness, la inteligencia emocional, el perdón o la gratitud son elementos clave que la ayudaron a comprender el proceso de superación de la enfermedad. De ahí, su libro, 'El amor es la mejor medicina' (Vergara), en el que explica cómo conectar con esa energía transformadora para vivir más sanos y felices.

- Cuenta en el libro que se dio cuenta un día de que donde decía «curar» quería decir realmente «sanar». Son conceptos parecidos y para usted el segundo es muy importante ¿verdad? Sin embargo, solo pensamos en curarnos.

Efectivamente y para entenderlo voy a poner un ejemplo práctico. Si yo tengo la tensión arterial alta, voy al médico para que me cure. De hecho, pensamos que es su responsabilidad. Me recetará unas pastillas porque «tiene que curarme». Sin embargo, yo no cambio nada, ni estilo de vida ni nada. A los quince días vuelvo y le digo: «Doctor, estas pastillas no me hacen nada». El médico puede que suba la dosis, pruebe con otra medicación, etc. Aquí es donde vemos qué es curar y qué es sanar: poner la responsabilidad fuera de uno mismo o darse cuenta de que la responsabilidad de mejorar esas altas cifras de tensión arterial no solo dependen de la pastilla, sino de cómo gestiono el estrés, de si hago ejercicio, de lo que como, etc. Incluso voy a dar un paso más: no tiene el mismo efecto sanador en el paciente el hecho de que entre a consulta y el médico no le llame por su nombre o apenas le mire a la cara, que si le atiende en condiciones, escuchándole unos minutos y mirándole a los ojos.

- Cuerpo, mente, emociones y espíritu: ¿tan conectados están entre sí?

Es que olvidamos que el cuerpo esta diseñado para el equilibrio, ¡es mágico! Me apasiona ver que sabe hacerlo todo él solo, de forma automática. Pero no podemos quedarnos solo en el cuerpo porque la primera capa del cerebro, en la que se dan los pensamientos, los sentimientos, etc. es vital. ¿Tú sabes el poder que ejercen sobre nosotros mismos las palabras o cómo gestionemos las expectativas? Influye mucho lo que nos decimos a nosotros mismos porque uno está consigo mismo las 24 horas del día. ¡Y es fantástico cuando uno lo descubre! Es tan sencillo como conectar con nuestra verdadera esencia.

- «¡Menuda tontería!», pensarán algunos

Henry Ford decía algo así como «tanto si crees que es cierto como si no, es así». El que crea que es una tontería, estupendo. Que siga elevando su dosis de pastillas. Pero ¿por qué no cerrar los ojos y mirar hacia dentro? No tiene efectos secundarios. Cuando uno se da cuenta de ello, piensa «¿por qué no lo habré puesto en marcha antes?».

- ¿Cuál es el papel de las endorfinas en todo esto? Porque bloquean la percepción del dolor y activan el placer.

Cuando yo estudiaba medicina, ya existían pero no las había puesto en marcha. Cuento en el libro, de hecho, que a mi, de niña, se me pasaba el dolor de estómago bailando. Mi madre pensaba que estaba loca pero me funcionaba. Cuando estaba en la carrera empecé a indagar sobre las endorfinas, unas sustancias de estructura muy similar a los opioides (fármacos que reducen el dolor) que produce el cerebro de manera natural. Vi la capacidad que tiene el cuerpo de producir estas sustancias pero 100 veces más potentes que la propia morfina. Nosotros, los médicos, valoramos el dolor del 1 al 10 y cuando un paciente tiene un 9 de dolor, usamos los opioides para reducirlo. ¡Y resulta que nosotros producimos esas sustancias 100 veces más fuertes y, además, sin efectos secundarios! ¡Parece milagroso!

«El que crea que es una tontería, estupendo. Que siga elevando su dosis de pastillas»

- ¿Y cómo se pueden generar?

Con cosas sencillas. Dedícate a hacer algo que te gusta, con lo que disfrutes, ya sea regar plantas, pasear, hacer el amor, que eleva las endorfinas de una manera estupenda… ¡Haz aquello que te recargue las pilas!

- Habla de la necesidad de ser entusiastas, humildes, de la serenidad, del perdón, de la empatía y de la gratitud. ¿Qué tienen en común todos estos conceptos?

Están conectados con nuestro yo más sagrado. No me refiero a la religión. Cuando hablo del yo más sagrado me refiero al de la verdadera esencia, al amor. Y eso es curativo.

- ¿Tan importante es el entusiasmo?

Es fantástico. Es la diferencia de todo. Víctor Kuppers, que me encanta, habla sobre la diferencia de ir por la calle como bombillas fundidas o iluminadas. Todos tenemos que conectar con nuestra parte más divina, con nuestro yo sagrado porque cuando estás entusiasmado no hay quien te pare. No tienes límites, estás a tope y eso se contagia. ¿Con quién prefieres tú pasar tu tiempo: con un cenizo o con un entusiasta? ¡La vida es un viaje! ¿Con quién prefieres hacerlo? Yo no puedo elegir a mis pacientes, pero sí con quién comparto mi tiempo libre y procuro rodearme de personas entusiastas y yo ser también energía positiva. Este tipo de esas personas son las que nos iluminan.

- Además de medicinas, ¿qué receta usted a sus pacientes?

Por supuesto, lo primero que hay que hacer es un buen diagnóstico. No se trata de bailar porque te duela algo. El dolor es una señal del cuerpo de que algo no va bien. Además de ello y de poner el tratamiento adecuado, abordo otra parte fundamental: ayudar al paciente a conectar con su parte sanadora. Es decir, con el amor. Por ejemplo, cuando traslado pacientes muy graves que han sufrido un infarto, no olvido que es un proceso muy serio que asusta a quien lo ha sufrido. Así que, tanto a él como a sus familiares, siempre les digo «vamos todos juntos en el ascensor». Ahora que ya me conocen no, pero hasta hace un tiempo, el celador siempre contestaba: «El ascensor es solo para pacientes». No cuesta que yo como médico, junto al paciente y su familia, vayamos juntos desde la planta de la UCI de mi hospital hasta la puerta del mismo, donde espera la ambulancia. Es un trayecto muy corto pero que, al compartir todos, le damos al paciente energía. Hay una transferencia de cariño. Yo siempre digo a mis pacientes que les traslado con todo el cariño y amor del mundo y animo a que, en ese pequeño trayecto, la familia tenga una muestra de cariño con él o ella, que le dé un beso, un abrazo…

Esto es algo que he hecho de forma intuitiva siempre pero los estudios han demostrado después que las muestras de cariño disminuyen la zona dañada de un corazón infartado. ¡Solo por muestras de cariño! Si lo supieran todos los médicos, enfermeros, celadores, personal de ambulancia...

- Así que amor, mucho amor siempre....

El amor es la mejor de las medicinas para mí, sí. De otras cosas que no he probado no puedo hablar. Cuando pongo un tratamiento farmacológico, me fío porque hay una evidencia científica, etc. pero, por fortuna, no he probado todos los tratamientos que hay en el mercado. Sin embargo, el amor sí lo he probado. Mis pacientes me lo cuentan. Sienten miedo, angustia… pero reconocen que la energía que les ha impulsado a superar su enfermedad es el amor. Yo firmo donde haga falta que el amor cura. Y no es solo esperar a que venga tu pareja o tus hijos a darte amor, si no que des amor a tu cuerpo.

«Las muestras de cariño disminuyen la zona dañada de un corazón infartado»

- ¿Que dé amor a mi cuerpo? ¿Cómo?

¿A ti no te pasa que siempre te duele el pie, la espalda, la cabeza…? Te levantas una mañana y dices: «Ya estoy otra vez con el dolor de espalda que no se me va…». Este tipo de pensamientos, de actuaciones, cronifican el dolor. Esas palabras tienen mucha más fuerza de lo que pensamos y las células de nuestro cuerpo se hacen eco de este tipo de pensamientos. No razonan: ellas se creen esos mensajes al cien por cien. De esta manera, solo aumentamos el dolor, ponemos nuestro foco de atención ahí, en la zona dolorida.

Yo recomiendo, y lo hago en urgencias, conectar con nuestra energía amorosa y mandarle amor a esa zona que duele y buscar y focalizarnos en esa zona donde no duele tanto. ¡Eso es un chute de endorfinas!

- ¿Y cómo conectamos con nuestra energía amorosa?

La zona del cerebro que detecta el dolor, el miedo o la angustia se activa igual que si lo que te duele es la espalda. Es decir, no distingue entre el dolor físico y el emocional. Por tanto, si no somos conscientes de la necesidad de abrir otros circuitos en el cerebro, se activarán siempre los mismos por repetición y costumbre. Es necesario responder de otra manera, es decir, abriendo otro surco. ¿Cómo lo abrimos? Conectando con nuestra verdadera esencia. Yo invito a mis pacientes a cerrar los ojos y conectar con la respiración, que es meditación. Cuando cerramos los ojos y respiramos profundo, hay que llevar esa respiración hasta el lugar donde te duele. Parece así como magia pero yo te diría más: no me creas, es mi experiencia. Experimenta tú, como decía Buda.

- Asegura en el libro que «Sin darnos cuenta, los médicos colaboramos en agravar los procesos… sin percatarnos de que la salud se encuentra justamente en el camino opuesto».

Sí. Imagina que estoy en consulta dándote los resultados de unos análisis. Ni siquiera te miro a la cara, solo a la pantalla del ordenador. Tu entras ya con incertidumbre porque estás esperando noticias de una persona con cierta autoridad, como es un médico. Por eso, disminuyen tus defensas. Imagina que yo pongo cara de circunstancia. Supones automáticamente que algo no va bien. Tu sistema inmune se viene abajo. Y te digo: «Uy, tienes unos valores de colesterol que si no te cuidas, te dará un infarto». ¿Cómo sales de la consulta?

Además de que el trato puede ser muy diferente, el paciente tiene que echar mano de sus recursos internos y pensar: «Vale, tengo el colesterol alto. Me tomaré las pastillas pero también voy a cuidarme». Esta actitud abre una ventana a la esperanza.

- Qué difícil es aceptar la enfermedad pero asegura que es vital dejar de luchar contra ella y utilizar el proceso «como trampolín para comenzar a saborear lo mejor de cada instante. Cuando se abraza la incertidumbre con confianza en vez de miedo, la paz interior surge por sí misma».

Yo lo he vivido como paciente. Cuando te quedas anclado, ya sea en la enfermedad o en situaciones complicadas de la vida como la muerte de un ser querido, un divorcio, un despido… malo. El resignarnos y quedarnos en la queja terrible y constante no nos lleva a nada. Por tanto, dale la vuelta y piensa: «¿Y por qué no?». Con eso que te haya pasado, piensa «¿Y ahora qué puedo hacer? ¡Seguir disfrutando de la vida aunque aparezca el dolor pero no anclarnos en el sufrimiento que destroza nuestra vida y también la de nuestros seres queridos! Cuando aceptas y dejas de ser víctima, se abre un mundo de posibilidades.

«El resignarnos y quedarnos en la queja terrible y constante no nos lleva a nada»

- ¿Cuál es el papel de la familia ante la enfermedad?

Es toda una suerte tener quien te arropa, te apoya y te ayuda a crecer. Eso no tiene precio. La familia es el motor que hace que tu vida gire en una dirección u otra. Y quienes tengan una familia desestructurada, siempre les digo que nunca es tarde para tener una vida feliz. Aunque tengas 50 años, no te quedes anclado en la víctima. Recupera tu esencia y disfruta de la vida.

- No somos conscientes de que estamos de paso. Quizás no disfrutamos de la vida como deberíamos cuando la muerte siempre está ahí...

Es lo único seguro que tenemos todos desde el mismo momento en que nacemos. Todo lo demás son probabilidades. Pero vivimos en una sociedad donde la muerte es un tabú. Hay otras sociedades donde no se esconde, en las que se convive con ella y se muestra a los niños. En la nuestra se niega, incluso.

Cuando alguien se muere, solo necesita amor, una mano que le acompañe. Yo lo viví con mi madre: con su mirada, me dijo que se iba. Y yo la abracé y le dije que se fuera tranquila, con todo mi amor, cariño y gratitud. Su gesto cambió por completo. Se le iluminó.

- Después de todo lo que hemos hablado, ¿qué le diría a ese paciente que acaba de ser diagnosticado de una enfermedad grave?

Es muy duro. La primera fase es la negación. Por eso, muchos piden una segunda opinión profesional. Es algo automático, instintivo. Es como cuando sabemos que nuestro matrimonio está haciendo aguas pero nos vamos de vacaciones. Negamos el dolor pero nuestro foro interno sabe realmente lo que hay.

Ante una situación difícil, lo primero, hay que permitirse llorar y enfadarse. Son emociones naturales pero curativas. Sin embargo, no hay que anclarse en la tristeza porque eso genera una depresión que disminuye más el sistema inmunitario.

Qué bonito es cuando acompañas a un paciente en el proceso de la enfermedad. Solo hay dos salidas. La primera es superarla, renovarse, aprender y valorar la vida, que no nos damos cuenta de que solo tenemos una. La segunda es la muerte pero ¿sabes qué diferencia hay entre quienes se van con tranquilidad, con aceptación, gratitud y los que no? Al final, todos nos vamos a marchar.

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