Íñigo Rodríguez Claro y María Morales, en una escena de «Todo el tiempo del mundo»
Íñigo Rodríguez Claro y María Morales, en una escena de «Todo el tiempo del mundo» - Vanessa Rabade
CRÍTICA DE TEATRO

«Todo el tiempo del mundo»: el pasado porvenir

Pablo Messiez presenta en El Pavón Teatro Kamikaze esta obra de origen familiar

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«Todo el tiempo del mundo» podría ser definida como una comedia cuántica en la que distintos tiempos coinciden en un hipotético presente, es también una comedia familiar amasada con los recuerdos del autor y director, y hasta una comedia costumbrista ajustada a las rutinas de una zapatería de barrio, descoyuntadas, eso sí, por una sucesión de presencias, espectros o heraldos que desatan nudos del pasado y se asoman al futuro. Pablo Messiez construye con todas esas lonchas temporales una filigrana dramática, poderosa y sensible, emparentada con ese teatro de J. B. Priestley que juega con la percepción no lineal del tiempo y las premoniciones oníricas, aunque sin bucear en los abismos metafísicos del británico.

El señor Flores, protagonista de la obra, atiende con desazón estupefacta a esas visitas que acaecen cuando se queda solo en su zapatería y las horas de cierre y apertura se suceden en un plis plas mientras le llueven recuerdos del futuro. Precioso trabajo iluminado por Pilar Parra, habitual cómplice de Messiez; perfectamente acotado en los años 70 por la escenografía y el vestuario, estupendos, de Elisa Sanz, y muy bien interpretado por Íñigo Rodríguez Claro, zapatero patidifuso, María Morales, la dependienta y algo más, y el resto de un inspirado reparto.