Crítica de Tres anuncios en las afueras: Venganza y redención

Venía precedida de tanta fama, la de ser una de las películas del año, que la primera sorpresa es que no defrauda

Sam Rockwell y Frances MCDormand en Tres anuncios en las afueras
Sam Rockwell y Frances MCDormand en Tres anuncios en las afueras
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Venía precedida de tanta fama, la de ser una de las películas del año, que la primera sorpresa es que no defrauda: es eso exactamente. Guarda más sorpresas. Una es que, pese a tener a una actriz del mundo Coen («Sangre fácil», «Fargo») y a su músico habitual, Carter Burwell, no resulta un pastiche del cine de los wonder brothers. Aunque lo empieza pareciendo: hay un mismo deleite en diálogos esculpidos (en chez Coen está prohibido improvisar) en frases que forman a veces bucles mortales, una cierta morosidad tórpida y mórbida que no es solo la de los personajes sino la de un narrador con cara de póquer, preciso y preciosista, que siempre nos parece estar colando un farol, aplazando un clímax que nunca llega por donde se le espera. Todo eso, o algo parecido, lo sabe hacer igual de bien el director, no se sabe si por ser un dramaturgo de origen irlandés. Pero, insisto, saber tocar los mismos palos no significa imitar.

La genuina sorpresa es la que guarda entre sus pliegues un relato que al principio parece, también, algo que no es: una trama de retribución, a cargo de la destrozada madre de una cría violada y luego asesinada. Una opción que no hubiera estado mal vista en los tiempos que corren sería presentar la versión femenina de esos machotes justicieros endémicos del cine americano. Pero ese es el camino no tomado con ayuda de la inmensa Frances McDormand, que nunca ha estado mejor, la madre resulta ser un personaje rugoso, pétreo, que no busca nuestra simpatía.

Se enciende una luz de alerta ante el rumbo que puede tomar la función: la gozosa sensación de que «esto no lo hemos visto mil veces» tiene un primer remanso en las escenas con el sheriff Woody Harrelson, en su mejor modo «True detective», pero se va aplazando hasta la revelación de Sam Rockwell, cuyo alguacil describe uno de los arcos más iris que hemos visto en años. Sería cruel dar más detalles pero cuanto más truculenta se espera una escena, más nos sorprende con un giro que solo cabe calificar de moral. Y así, aunque el tercio final desbarra un poco, la película nos tiene tan cogidos por los globos oculares que apenas nos importa; de premio, nos aguarda una escena final que es un acorde perfecto.

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